La medida más sorprendente del reinado de Carlos III fue la expulsión de los jesuitas de todos sus dominios en 1767. Aún hoy, 250 años después, la cuestión sigue siendo polemica y es difícil darla por zanjada.
La expulsión fue una operación secreta, eficaz y de carácter drástico. Es curioso que ni un solo rumor proveniente de las altas jerarquías llegó al pueblo. El secreto tenía como objetivo evitar cualquier maniobra de protesta por parte de los numerosos simpatizantes de la orden, especialmente dentro de la nobleza y las clases populares. También querían impedir que los jesuitas huyeran, enajenaran sus bienes, se deshicieran de sus archivos y de sus papeles comprometedores, ya que las órdenes reales incluían la confiscación de propiedades.
Las medidas se llevaron a cabo en toda España de la misma manera, siguiendo instrucciones minuciosamente precisas. Los comisionados, asistidos por notarios y testigos, ordenaron reunir a todos los miembros de las comunidades en las salas capitulares donde procedieron a pasar lista de los asistentes, y después de comprobar la presencia de los censadores, ordenaron a los notarios que procedieran. para leer el real decreto de alejamiento.
El contenido del decreto no aclaraba los motivos por los que Carlos III decidió la expulsión. El texto es deliberadamente impreciso. Sin embargo, el decreto señalaba que todos los bienes jesuitas pasarían a manos del Estado.
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